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Bajo este Sol Tremendo



Description ajoutée par Biquet 2011-08-01T18:49:22+02:00

Résumé

Centarti está hundido en la nada. Sin trabajo ni propósito, pasa sus días encerrado viendo la televisión y fumando porros. Una tarde recibe la llamada de un desconocido que le informa que su madre y su hermano han sido asesinados a escopetazos.

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Classement en biblio - 1 lecteurs

extrait

Extrait ajouté par Biquet 2011-10-23T16:46:02+02:00

Menos encorvada y con un poco más de seguridad en los movimientos, su madre caminó hasta la cabeza de la víbora (una lampalagua enorme) y le disparó. La serpiente no dejó de moverse.

A Danielito le dio miedo y le dijo a su madre que seguía viva.

–No no –dijo su madre–. Las víboras se siguen moviendo después de muertas, un rato largo.

Su madre se movió hasta una parte especialmente abultada del cuerpo de la víbora y sacó un cuchillo. Abrió el cuerpo de un tajo y de adentro extrajo un lechón desarticulado, con la mayoría de los huesos rotos. De repente, Danielito sintió unas intensas ganas de orinar. Sacó la vista de la escena y descubrió que estaban en el cementerio de Gancedo, bajo el sol rajante. Comenzó a buscar un lugar para orinar pero en todos lados del cementerio había de repente, gente mirando. Era imposible orinar sin que alguien lo viera. Sentía que la vejiga iba a estallarle, pero justamente gracias a ese dolor pudo primero advertir lo extraño de la situación, después caer en la cuenta de que estaba soñando y finalmente despertar con lo justo para no mearse en la cama. Volviendo del baño se sirvió un vaso de Coca-cola de la heladera y se lo tomó sentado en la oscuridad de la cocina. Después volvió a la cama y se durmió como un tronco. A la mañana desayunó morosamente, mirando los noticieros en la televisión. Pensaba con muy poco entusiasmo en que tenía que ir a enterrar los perros. Esta tarea en sí no le planteaba mayor problema, lo que no quería era ir a la casa de su madre. Había sido una estupidez dejar los perros ahí. Si los hubiera dejado en su casa los estaría enterrando en ese mismo momento. Y tenía que ir sí o sí, ya debían estar hinchados y empezando a echar olor. Se vistió, armó un porro y buscó las llaves de la casa de su madre. Antes de abrir el portón, fue al patio y cargó en el auto una bolsa de cal viva.

Los perros efectivamente ya estaban hinchados y con olor. El empaquetamiento había sido eficaz, las bolsas y la cinta habían resistido el cambio de volumen, pero el olor era fuerte. Gracias a la marihuana, la operación de cavar el pozo (un metro y medio por dos de lado, dos metros de hondo) fue llevadera. Los tapó primero vaciando la bolsa de cal encima de los cuerpos y agregando después capas de medio metro de tierra, aplastando una antes de echar la otra. Después volvió a la puerta, agarró la caja con las cenizas de su madre, fue al baño y las tiró al inodoro. Apretó el botón del depósito de agua tres veces hasta que no quedó ningún rastro gris contra el blanco de la taza. La cenizas de su padre y la caja de zapatos con los huesos del chico que habían ido a buscar a Gancedo las encontró fácil: estaban en la cama de su madre, del lado que ella no ocupaba. Echó las cenizas de su padre al inodoro y con los huesos del anterior portador de su nombre hizo lo mismo, aunque primero los tuvo que meter en una bolsa y molerlos con un martillo para que pasaran. Después fue hasa el patio con las dos urnas de madera y la caja de cartón y les prendió fuego con alcohol y fósforos.

–Hiciste bien, –le dijo Duarte horas más tarde, en oscuridad de la cabina de la camioneta, con la cara apenas iluminada por el resplandor del tablero– si los hubieras enterrado o hubieras guardado las cenizas, iban a estar ahí siempre. Es muy sano, me parece. Se fueron, ya no están más. –A los perros no los quemé, -dijo Danielito- los enterré nomás.

–Bueno pero son perros, que te importa. Ni siquiera eran tuyos.

Duarte tenía razón, los perros no importaban. Los restos de su familia ahora circulaban por las profundidades de la red cloacal de Lapachito.

–¿A dónde va el agua de las cloacas?

–Ni idea. –dijo Duarte. Danielito había visto una vez un documental sobre la repotabilización en redes cloacales, y se estremeció de pensar que en Lapachito hicieran lo mismo y algún día terminara tomando un vaso de agua con restos de las cenizas. No tenía que tomar agua de la canilla, por lo menos por un tiempo. Eran las doce de la noche y hacía rato ya que habían salido del Chaco y entrado a Santiago del Estero, habían pasado largamente Quimilí, y faltaban unos kilómetros para Suncho Corral. Se movían por rutas laterales, muy poco transitadas.

–Y vos como estás.

–Bien. –dijo Danielito.

Duarte se quedó unos segundos en silencio y después volvió a hablar.

–¿Sabés qué tenés que hacer ahora, vos? Irte de viaje. Si tenés guita hijo de puta, no gastás nada. Ahora va a venir un lindo toco aparte, con eso sólo te alcanza y sobra. Andate no sé, a Mar del Plata. Que Mar del Plata. A Brasil andate. Instalate un mes en un hotel a todo culo, comiendo ananá en la playa, ahí, con pendejas chupándote la pija... A Danielito le gustó la idea de comer ananá, se imaginó el jugo fresco y dulce fluyendo por los dientes al morder la pulpa amarilla. El resto de las cosas era como si Duarte le estuviera leyendo los titulares de un diario de otro planeta.

–En serio pibe, la vida no es todo el día encerrado viendo tele. Te va a hacer bien cambiar un poco el aire, especialmente ahora.

Danielito hizo un gesto vago como para responderle algo, pero no le dijo nada. Duarte puso un cassette de Jorge Corona en el estéreo, y durante cuarenta y cinco minutos escucharon chistes sobre gauchos que se culeaban chanchas, mejicanos que gritaban “¡Viva la menstruación!” y otros por el estilo. Pararon en una estación de servicio pasando Brea Pozo, Duarte bajó para cargar gas oil y le dio cincuenta pesos a Danielito, para que fuera a comprar sandwiches y gaseosas en el bar.

–En media hora entramos a las salinas y ahí ya no hay nada. Comprate un par de botellas de agua mineral también, por las dudas.

Mientras esperaba para pagar, vio que Duarte se metía a la parte de atrás de la ambulancia, seguramente para chequear que todo anduviese bien. Ya unos kilómetros adentro del salar, Duarte puso Radio Nacional y le dijo a Danielito que armara uno. Había luna llena, la luz rebotaba en la planicie salina y se veía perfecto, así que Duarte apagó los faros de la camioneta. Fumaron sin hablar, escuchando noticieros provinciales musicalizados con folklore de distintas regiones, mientras veían pasar el desértico paisaje, iluminado como con luz negra.

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Commentaires récents

Commentaire ajouté par Biquet 2012-07-15T20:39:29+02:00
Argent

J'ai déjà lu pas mal de romans hispaniques appartenant à la mouvance du réalisme magique. J'ai lu force Garcia Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Borgés, Alejo Carpentier, Fuentes, Asturias, Pedro Páramo et surtout Sepúlveda.

J'aborde maintenant un autre type de romans hispaniques. Il s'agit plutôt des romans noirs, sordides, glauques et misérabilistes. Ce roman-ci ne fait pas tache à côté de "Tunel" de Ernesto Sabato ou de "Detectives Salvajes" de Roberto Bolaño. Pour le moment c'est un type de roman hispanique que j'apprécie moins que ceux du réalisme magique. Je n'ai sans doute pas encore découvert la pépite.

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